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25 de Mayo 1008

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Cr. Luis Alberto Dalcol,

El lenguaje diario toma palabras que se ponen de moda. La  corrupción está en la expresión diaria; pero, no es una novedad, es una usanza. Es crónica, habitual, permanente. Nos vulnera reconocerla, mas los hechos son incontrastables.

La corrupción es la acción deshonesta originada en el beneficio indebido  de un privado que se hace en perjuicio del erario  público. El corrupto roba, roba al Estado; incluso a sí mismo, en la parte que le corresponde de lo público. La corrupción es sinónimo de coima, de cohecho, de soborno. Es antónimo de honradez, de integridad.

La facilita el hecho  del poder del Estado que crea un mercado monopsónico de demanda cuando es el único que compra. Ocurre principalmente en la obra pública. La construcción de una ruta, solo es demandada   por el Estado; porque es el único titular de las mismas. De igual forma con la provisión del material ferroviario, de construcción de la mayoría de los puertos, de los puentes, de las escuelas, de los hospitales y similares.

Cuando es uno solo el que compra, como cuando es uno solo el que oferta (monopolio) pueden imponer las condiciones de la negociación. Y si la contraparte no tiene mínimos pruritos de integridad, con improbidad concretan el ilícito. Obviamente que también participan allegados a ambas partes; e, infelizmente o desgraciadamente cuentan con los órganos de contralor – con su voluntad o incapacidad – para no detectar el desfalco, el aprovechamiento.

Una plaza afamada a la modalidad descripta atrae al operador similar, al ventajero; y espanta al ofertante que tiene normas operativas severas, con arraigo moral. Porque la moralidad nuestra se fija más a la inconducta sexual mientras que la de los países de fortaleza económica se ciñe a los cumplimientos y a la competitividad en las transacciones comerciales. Así construyen su reputación, que posibilita su consolidada situación patrimonial y financiera alcanzada.

La corrupción, la inseguridad, la evasión, son flagelos de difícil total eliminación. El control es fundamental, como lo es el repudio social. El buen ejemplo contagia y la educación familiar y formal a temprana edad es primordial, y ayuda para atemperarla.

Porque la corrupción no es solo la acumulación de riqueza mal habida, tiene otra cara más lastimosa: la corrupción es pobreza. Es la desigualdad en la partida, que llega hasta la muerte en hospitales mal abastecidos o en las vías de tránsito deterioradas que producen accidentes.

La corrupción no debe aceptarse y debe ser estructuralmente atacada de todas formas; porque es el peor robo, es el robo al más débil, a la sociedad toda. Es no haber hecho buen uso de la confianza otorgada para el manejo de la administración pública.

Lo narrado es patético, patológico, de una avaricia sórdida suprema; que tuviera su mayor manifestación pública en el abrazo turbador de un promotor a una vieja caja fuerte de lata como si fuera el amor de su vida.

La corrupción sigue campante. No importa la salud, no importa la persona, no importa nada.

¿Será así toda la vida?

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