Las recientes medidas superaron un estado incipiente de crisis cambiaria. La llamada liberación del dólar con el levantamiento del cepo era muy necesaria, mas no es genuina; se respalda en reservas prestadas para aplacar la demanda de la divisa que no se había podido acumular con la propia actividad económica. Aunque no se usen sirven para pasar el temporal y dar una ventana de tiempo para reorganizar la situación.
A la situación arribada se llega por la herencia recibida (sin beneficio de inventario) y a la inexistencia de un plan económico del nuevo gobierno. Hubo medidas aisladas de ordenamiento en el gasto para generar superávit, que son elementales. También acertados incentivos (RIGI) para grandes inversiones. No existe un plan integral que ordene todas las variables de la economía.
Ahora se fue por la contención artificial del dólar y lo que ciertamente se necesita es un dólar competitivo, no un dólar bajo ni alto. El dólar bajo alienta importaciones y restringe exportaciones, el dólar alto protege ineficiencias de producción interna. La economía real nuevamente no es atendida y se perderán puestos de trabajo y volumen de producción. Se debe incentivar la productividad interna que sí reduce sanamente el valor del dólar.
El precio del dólar está asustado porque sabe que está subvaluado, aunque exista – en teoría y entre bandas – un mercado único y libre de cambios, lo respaldan otras fuerzas que no son del cielo. Solo sirve temporalmente para la política, para las elecciones. Para la medición de la pobreza, de los ingresos internos y parecidos. No alienta la economía seria, la creadora de bienes y servicios; y la expone a la vulnerabilidad con el comercio exterior. El precio adecuado del dólar es aquel que hace levemente caro comprar en el exterior, o que al menos resulta indiferente.
Nuestra economía necesita orden en las cuentas fiscales, con un dólar apropiado que surja de los negocios y no de otras cuestiones financieras; que permita producir localmente y exportar para traer divisas legítimas que no emanen de endeudamientos, sino de la generación del trabajo interno.
La obra pública está parada por incapacidad de saber atraer a la inversión privada e imaginar un control eficaz en su realización. La obra pública es esencial para la sociedad toda, pero principalmente para toda inversión que se realice en la jurisdicción. Sin infraestructura apropiada se dificulta y retrae la inversión privada interna y externa.
Necesitamos crear confianza en el operador económico, adecuar el marco macro de los negocios para que opere y no ordenarle si tiene que liquidar o no su producción. Esa es una decisión que libremente toma el productor, que es el que arriesga su trabajo y su capital; y además no es el que exporta.
El plan económico armónico no se lo hizo al inicio y se perdió tiempo. Las finanzas son solo un servicio que depende de la economía real y seguiremos pagando por ello las consecuencias. Porque el superávit fiscal, la
inflación y otras cuestiones son aislados puntos básicos del orden; son apenas medios necesarios, no son suficientes. No son objetivos finales para alcanzar estabilidad y crecimiento en la economía. Por no tener déficit ni inflación no se crece. Se crece cuando se ahorra, cuando se crea capital y se lo invierte en la producción y se eleva la productividad.
Con las deudas vienen exigencias que deberemos cumplir, están orientadas a su repago y pueden ayudar. Lo que el país necesita es crear nueva riqueza para que realmente crezca la actividad privada, la ocupación y la producción de bienes y servicios.