Cr. Luis Alberto Dalcol 09/2020
El impuesto a la riqueza viene con pobreza de sostén. No es una buena señal, está flojo de papeles y no mueve la aguja. Se acendra en la crisis económica (empeorada por el Covid 19); y pregona – a lo Robin Hood – “que la paguen los que más tienen”; sin observar que, los que más tienen actúan como los que menos tienen cuando tengan.
El escenario de trance es real. Existe un enorme déficit fiscal primario que supera con holgura 10 puntos; la relación impuestos y producción es alta; y, el gasto público – en los últimos 25 años – ha crecido del 25 al 45 % del P.B.I..
Proponer otro impuesto de manera aislada, sin plan que lo contenga no persuade. No lo precede premisa de reducción en el gasto (ni de la política) y le quita hidalguía. Contrasta el marco, que no hurga sobre impuestos no ingresados, que condona a quebrados y ofrece nuevas moratorias. En nada lo patrocinan erogaciones improductivas, impropias o desconsideradas. Su gestor tiene un patrimonio heredado de magnitud, que el sentido común no acepta como generado en ejercicio de la función pública.
Es una contribución sobre stock (inversiones) que se necesitan en acción productiva. No percute sobre flujos de fondos ni modifica estructuras. Solo podría ser aceptado, en la excepción, como escolta de un proyecto con sacrificios compartidos. Flaquea y asoma como un aporte que se diluirá rápidamente y dejará signos inadecuados.
UNA PRESENTACION CONTUNDENTE
Salvada las distancias, en la primera guerra mundial los Estados requirieron de mayores recursos para financiar gastos bélicos. En E.E.U.U. se estableció el impuesto a la renta (similar al vigente impuesto a las ganancias de nuestro país). Actualmente uno de los mejores impuestos, pues es progresivo y percute en aquel que le va bien, que expone capacidad para pagarlo. En el Congreso norteamericano, para eludir reparos, resultó contundente la frase de un legislador que nadie pudo objetar: “los dólares también tienen que morir por la patria”. Fue concluyente, no necesitó ser explicado ni permitió espacios especulativos. El proyecto fue ley (y aún hoy permanece). Había confianza y no existía desorden en las cuentas públicas.
NUESTRA PRESENTACIÓN
En nuestro caso se parte de la inexistencia de consenso y nuestra presentación es deshonrosa. No resiste el discurso épico ni tiene precedente de ejemplaridad. Carece de planificación, orden y sacrificio, pues no hay entrega ni oferta colaborativa de la dirigencia. Solo se piensa en demandar al otro y en la continuidad del privilegio propio.
Los que más tienen requieren de seducción, de condiciones normales de inversión; para que se queden, para que sigan, para que produzcan y proporcionen mayor ocupación. Porque protegen lo que tienen para acrecentar sus inversiones; y de ese crecimiento, generar más producción y más trabajo.
No es provechoso andar por caminos mágicos y demagogos.