Cr. Luis Alberto Dalcol
En una simplicidad, el señoreaje es el beneficio que obtiene el ente emisor de monedas. Se origina y cuantifica en la diferencia entre el valor nominal del billete y el costo de la impresión. Es decir entre el valor extrínseco y el valor intrínseco de la moneda. Posiblemente en monedas metálicas actualmente en nuestro país el resultado sea negativo, que valga más lo material que el valor que representa.
El que emite la moneda cancela sus obligaciones con billetes por el valor impreso que solo le costaron la edición del papel. En Argentina la única autoridad que puede emitir moneda y gozar de esta gracia es el Estado Nacional. Los gobiernos han hecho abuso de ello y han dejado al país en delicada situación. No es la causa exclusiva, sí la principal. El señoreaje tiene sus límites, por eso en su carta orgánica al BCRA se le asigna la obligación de defender el valor de la moneda con el respaldo de reservas.
Por largos períodos las erogaciones públicas han superado los ingresos genuinos, que son los impuestos; y, agotados los préstamos – porque ya no existe un mercado voluntario que lo asista – se recurre a la emisión de moneda para financiar su enorme déficit.
Así, la economía interna se inunda de billetes, que se desvalorizan y nadie quiere, y da origen al aumento generalizado de precios que es la inflación. Cuanto más se emite menos valor tiene el dinero y se requieren más unidades de pesos para comprar el mismo artículo que en tiempos pasados cercanos.
Si renunciáramos a la moneda propia se trasladaría el beneficio del señoreaje al país emisor de la moneda circulante. En la actualidad el respaldo de las monedas en el mundo más que material es de confianza. No existe conversión de las divisas a otro bien como ocurriera con la Reserva Federal en E.E.U.U. hasta 1971 donde se podía canjear dólares por oro a un precio determinado. Actualmente se observa una incipiente tendencia de disminución del uso del dólar por el yuan de China en Asia central, debido a la guerra en Ucrania y las penas económicas impuestas a Rusia y a la política de ayuda económica financiera de China condicionada a operar con su moneda como ocurre con Brasil y con Argentina.
Necesitamos recobrar la confianza y partimos de un punto de inicio complicado, por las cuentas y por la reputación que nuestras conductas han construido. Agravado por la corporación política, dividida y sin capacidad para consensuar un plan económico que respete lo esencial en búsqueda del equilibrio. Preocupada más por llegar al poder para obtener una mejor ubicación que armonizar y convenir en un plan viable. En este panorama crecen posiciones extremas que captan la disconformidad y el descreimiento.
Posiblemente deberíamos empezar por mejorar el lenguaje utilizado, por el recato, por el diálogo constructivo con perspectiva de futuro; en contrario se distrae y no se ocupa de lo principal que es ordenar el desborde existente.