Cr. Luis Alberto Dalcol,
Toda opinión se apoya en información que se valida. Se toman como ciertos los datos oficiales y los privados publicados que no son rebatidos. A esa información se la considera como verdadera y desde allí se parte. La parresia implica que la opinión derivada sea franca, aunque disguste o incomode, sin temer al dictamen opuesto fundado. Colocarse en espera a la devolución o respuesta que enriquezca el tema. Esa es la intención de la presente nota.
En ese entendimiento sabemos que el mundo está en una continua revuelta. Se repiten o modifican motivos pero siempre estará reacomodándose.
En la actualidad aparece como tendencia significativa un riesgo en el valor del dólar, de la moneda de referencia en los negocios internacionales. En lo que va del año se ha depreciado cerca del 9%, causado por medidas tomadas por el propio emisor: E.E.U.U. . Con un desordenado programa (¿) de aranceles asoma una recesión económica y disminuye la demanda mundial de dicha moneda como posición de reserva. Al menos ha puesto en duda la confianza que es su mayor activo, en que apoya su elevada reputación económica.
En ese marco, y contemporáneo a ello, nuestro país se ha embretado en un aparente dilema que oscila entre contener la inflación o evitar el atraso cambiario. Porque existe inflación y porque existe un dólar no competitivo; y ambos caminos requieren decisiones contrapuestas, que se afectan mutuamente.
Al optar por una banda cambiaria, el dólar flota en un nuevo cepo. El B.C.R.A. está dispuesto a aumentar reservas y comprar dólares cuando el precio esté por debajo de la franja (1.000) y a vender – o utilizar reservas – cuando supere la misma (1.400). El gobierno manifiesta su deseo que esté cercano al límite inferior, es decir que decide ir por la contención de los precios internos. Le ayuda políticamente porque es un activo electoral. Evita aumentar la inflación, aunque retrae actividad económica interna y alienta la importación de bienes y servicios.
Esta decisión política ya insinuada no disminuye realmente la inflación, la posterga; pues crea una inflación reprimida no expuesta atento a que el precio del dólar no es el real, a costa de una menor actividad y de dañar el aparato productivo local.
Si libera el mercado de cambios se expone a un acomodamiento real del valor del dólar, aviva la economía nacional y aumenta las exportaciones; mas genera una suba – en pesos – de los precios internos.
El gobierno no ha aventurado como salir realmente del problema, acaso lo postergue para exponerlo después del tiempo electoral, no lo sabemos. Sí resulta, que es un tiempo económico perdido, ganado por la política para fortalecer el poder en el legislativo y mantener viva la posibilidad de la reelección ejecutiva. Mientras tanto el inversor espera, no invierte.
En verdad, el contexto expuesto no es un dilema, pues para que no haya inflación genuina debe serlo sobre todos los precios, incluso el del dólar; y el del dólar esta enjaulado, no está liberado y además afecta a los otros precios.
Tarde o temprano debemos tener un dólar libre, indiferente, competitivo. Eso es inevitable para tener un discurso consistente y creíble que genere confianza en las inversiones productivas, única salida legítima del atasco.
Que se generen y oferten dólares propios no de préstamos o de artilugios financieros.