Cr. Luis Alberto Dalcol, 10/2022
Vivimos en un mundo muy acelerado, con técnicas que aspiran a reemplazar las tareas humanas. La inteligencia artificial eleva sus objetivos y pretende incluir el crear, imaginar, idear. Es decir que de la misma automatización surja el descubrimiento y el invento.
En tanto, nuestro país tropieza constantemente con redivivos problemas. Se arrima al Estado, que solo ha mostrado fuerzas similares a las privadas en el área espacial y nuclear. Ámbito en el que ha primado el orden, el mérito, la planificación, la jerarquía; sin lugar para la política del acomodo gracioso y ligero.
La situación macro económica es reflejo de las decisiones gubernativas desatinadas. La deuda pública externa supera los u$s 370 mil millones. El B.C.R.A. ha emitido bonos (debe) por $ 8,4 billones que generan un interés de $ 525 mil millones por mes. Así podríamos mencionar otras anomalías que se resumen en la inflación (aumento de precios o mejor dicho desvalorización del peso) y su tendencia a los tres dígitos anual, la brecha cambiaria (distancia entre dólar oficial y paralelo) que ronda el 90 % y el cepo (restricciones a la compra de divisas) para contener la salida de reservas, cada vez más acentuado. Aunque en esta última cuestión no faltan divisas. El mercado las presenta en abundancia, solo que a precio de mercado; lo que podría denunciar una abultada economía fuera de la formalidad o negociados de poder.
Esta economía externa al sistema igualmente genera actividad como la legal, mas lesiona la competitividad y disminuye los ingresos del Estado. Los cumplidores contraen una presión impositiva exagerada que sumada a otras formalidades y regulaciones exigidas plasma una significativa diferencia de costos que induce al riesgo de transitar por la senda no permitida para poder permanecer y trabajar.
Las limitadas referencias expuestas son suficientes para confirmar que a la economía no la maneja un gobierno, sino que depende de la inversión privada, de sus recursos que solo son aplicados cuando se tiene confianza.
Y la confianza se conquista con hechos, no con anuncios, los anuncios solo paralizan. Si se sigue incrementando la planta pública, si no existe austeridad en el gasto de gestión el inversor no arriesga pues sabe que directa o indirectamente se tendrá que hacer cargo de los desajustes que el Estado incrementa.
Las elecciones siempre son momentos de esperanza que permiten generar un espacio para la credibilidad; más no solo por ganarlas, sino porque un nuevo gobierno despierta la sensación que se hayan capitalizado errores y se propongan programas basado en la sensatez. La política debe prepararse para ello.
No se sabe cuántas crisis serán necesarias para cambiar la mentalidad del atajo, de la idea del contubernio; pero sí se sabe que al final primará la racionalidad.
Nuestro país tiene suficientes recursos humanos y físicos para un desarrollo sustentable y real. Solo necesita orden, firmeza y perseverancia.