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Por Cr. Luis Alberto Dalcol, 06/2022

Hace poco tiempo se expresó en nuestro país  un enunciado político que no se apostrofó de impropio, impío ni desacertado. Al menos a mi juicio no lo suficiente. Al contrario, es algo que  se instaló -o continuó instalado- como aceptado por vastos sectores del cuadro político y social. Me refiero a algo que dijo el Senador por Córdoba Carlos Caserio cuando se tratara la ley de emergencia. Aseveró y dogmatizó que la clase política “no es la que debe hacer el esfuerzo”, sino que su función consiste en “dictar normas”.

Posiblemente a algunos les resulte un asunto retro, o del pasado, mas aquí no se lo arrima como noticia. Esperé que transcurriera un tiempo prudencial para observar cuál era la respuesta social y aprecio  que faltó un repudio proporcionado a la truculencia de esta idea que no resiste análisis por irracional. Incluso la frase está casi olvidada. 

Aquí la evoco para mirar que aunque no todos el mundo lo haya suscripto, la política -en general-  no solo no se ha preocupado en su repulsa; sino que además,  las normas que ha dictado han ido en esa dirección,  en búsqueda del esfuerzo del otro y ninguno sobre el sector de la política.

La frase peca de obscena y al mismo tiempo de  real. Se expresó, se aceptó y se continúa con su práctica sin vergüenzas y sin reparos en forma continua.

Así, a la enemistad propia del carácter agonal -agudizado por estos tiempos- entre distintas facciones de la política, la propia política le agrega y  fomenta otra grieta más: La grieta con el otro, con el que hace el esfuerzo y sostiene el sistema. La política se encarga de las normas y los otros del esfuerzo.

Los griegos nos enseñaron que las políticas no hacen desaparecer las diferencias, mas sí que se las puede transformar y acercar. Ese debería ser el propósito.

El que hace el esfuerzo observa que el que ejerce la política dicta normas que se preocupan por su permanencia y su confort y no por el que trabaja, por el que pone el capital, la voluntad y la energía. La proposición del político mencionada es una confesión explícita que no necesita de explicaciones y la debilidad macroeconómica presente es prueba suficiente de la desubicación y de los desaciertos de la política. Malas normas y esfuerzos dispares.

La expresión citada al inicio encierra un concepto de clase, de supremacía, de excepción; desde cuya posición es improbable que se  llegue a un buen destino.

Todo esto viene ocurriendo así desde hace muchos años, al menos desde que tenemos memoria. De allí que nos suscite interrogantes: ¿Por qué la población soporta tan pacientemente la opulencia de la política? ¿Será que no la entiende? ¿Será que la comprende? ¿O será que secretamente ansía ser algún día parte de la misma?

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