Cr. Luis Alberto Dalcol,
Anualmente Davos (Suiza), reúne por cuatro días al uno por ciento de los hombres más influyentes y ricos del planeta. En los dos últimos años nuestro país estuvo representado por nuestro Presidente.
Más allá de su innegable trascendencia mundial lograda en tan poco tiempo para las exiguas dimensiones económicas de nuestro país, su participación no ha sido relevante. Esta apreciación no es subjetiva sino que se apoya en la visualidad de las imágenes televisivas y fotográficas que dejaran ver la reducida concurrencia a escuchar su mensaje junto a una apagada emoción de recepción que despertara su palabra entre los oyentes presenciales.
Esta valoración ha sido refrendada, subjetivamente, por la prensa internacional con expresiones un tanto agraviantes: “… el público parecía pasmado ante tanta iracundia …”.
La anfitriona, la propia responsable de conducir el foro, lo despidió con un dejo abierto, culposo; con un enunciado vacilante de estimación indefinida: “ … esta es una tribuna libre …”
Resulta interesante esta contrariedad, de aparente no agrado de la disertación presidencial, ante un público que se lo presume identificado con el disertante.
La paradoja se extiende por la formación de economista del orador, por exponer un texto escrito, pensado; y más aún con antecedentes de docente universitario.
Ya se ha dicho de lo importante que es “darse cuenta”. Tomar debida nota y atender lo que puede ser corregible para no desaprovechar espacios y exponer mensajes de formatos civilizados, no agresivos; que en última instancia nunca impiden decir lo que se quiere decir.
Reguardar las formas no es menor. Tener cuidado de exponer lo que ya se sabe como si fuera innovador y creativo “no paga”, como dicen los jóvenes.
La soberbia, el creerse revelador de cosas conocidas, el pretender tener la verdad única, no superan a la humildad de la palabra sensata y adecuada con precisión sin agregados de autorías grandilocuentes. Se ha hecho mucho, pero aún hay sectores que la pasan muy mal. Está todo en proceso, es tiempo de trabajar; no de festejos y vanaglorias.
Hacer en silencio. Bajar la auto percepción de “el más grande”, de “el nunca visto”. Personalismos no virtuosos – infructuosos – que tanto daño le han hecho al país. Ser cuidadoso, porque a esas expresiones también le caben a la contrariedad, a la vanidad y a otros parecidos que por respeto a la investidura deben contenerse.
El lenguaje neutro supera al personalista. Los hechos son incontrastables y hablan por la persona, con eso basta.