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25 de Mayo 1008

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Cr. Luis Alberto Dalcol,


Aproximado a 1948, Teilhard de Chardin escribe “El fenómeno humano”. Allí expresa: “en todas las épocas, el hombre ha creído hallarse ante una encrucijada de la historia”. Refiere que hasta el siglo XVIII solo se conocía como única energía el fuego y como única energía mecánica el músculo de los hombres y de los animales, multiplicado por la máquina que recién asomaba. Se admira y exclama:

“Pero ¡desde entonces … !”.

Si el propósito es remarcar la evolución del conocimiento humano esta nota debería acabar aquí. Exponer una fecha y recordar a través del teólogo y científico citado el conocimiento existente en ese tiempo. No hace falta nada más. A mitad del siglo pasado el autor ya se sorprende en la frase del epígrafe – que solo tiene inicio – para comparar con su presente y quedar abierto al asombro y la admiración por el avance que ve y espera.

Si así fuere, se reitera, no sería necesario agregar más nada, pues todo ello se ha acelerado aún más y de manera abrupta. Todos estamos medianamente informados sobre los descubrimientos posteriores alcanzados hasta nuestros tiempos y sobre los estupendos estudios en desarrollo. Por ello no es sensato detenerse.

APRENSIÓN Y TEMOR

La ciencia y la tecnología aportan continuo conocimiento; y sin tutela filosófica y sin comprensión de todo su desarrollo la transforma – en ciertos casos – en irresoluta e incompleta.

Es tan potente la evolución, que hasta tememos de ella. Nos recrea una mezcla de ilusión, fantasía, utopía y miedo. Como ocurriera con la energía nuclear y las guerras. Por ello se debe pensar en ordenar su aplicación para que no perjudique al hombre que la ha descubierto.

¿QUE PODEMOS HACER?

La pirámide del saber es evolutiva y la construyen distintos estudiosos. Actualmente se le reconocen seis escalones que se inician en el ruido, la data, la información, el conocimiento, la intuición y en la cima – obviamente el saber; solo el primero y los dos últimos en dependencia directa del hombre.
El saber no se va a detener, y en buena hora. Lo que sí necesita es comprenderlo, marcarle sus límites en su aplicación para que no resulte negativo, nocivo.

Posiblemente lo primero que debería establecerse – como norma básica – es instaurar la autorregulación, porque el autor debe conocer toda la secuela de su obra. Le cabe la responsabilidad de la demarcación o de la advertencia. Ello no propone la exclusión o desatención del control externo formal.
La evolución siempre carga con el peligro del uso indebido o malicioso, mas ello no debe ser óbice para su desarrollo.

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