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25 de Mayo 1008

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Cr. Luis Alberto Dalcol, 01/2022

Así se preguntaba el bailantero Ricky Maravilla en una de sus canciones, y agregaba “cuando las provoca”.

Ahora, ante los sucesos de fin del año pasado en la legislatura bonaerense, los ciudadanos de la provincia se interrogaron: ¿Qué tendrá el Estado, cuándo nos convoca?.  Incógnita que se extiende  a casi todo el país.

La armonía, el orden y la celeridad demostrada por oficialistas y opositores asombró. Se pusieron de acuerdo en plazos milimétricos para la continuidad en el poder, que con mayor tiempo no lograron en otros asuntos de interés. Asemejó al reparto de un botín luego de la tarea concluida. Aquí no hubo diferencias, fueron armados realizados por la mayoría del arco político.

El asunto inquietó a hurgar la razón de la perpetuidad en el Estado,  en cargos de intendentes y ediles para el caso; más cuando hace poco  acordaran limitar las reelecciones. Se eliminó la exégesis, el espíritu de la inhabilitación consensuada.

Las hipótesis de las motivaciones que llevaran a este desvarío  mencionadas rondaron entre los extremos de necesitar más tiempo para concluir  los proyectos en marcha, hasta con la de continuar en la defraudación al erario público que permite el Estado.

En  medio de ellas se  aludieron otras causas. La obsecuencia de un grupo de poder en cada partido político, a los desvelos personales que emanan de  la ambición continuada o a la forma de salvarse en un espacio en que los méritos de acceso son muy particulares.

Para ser parte de  una gente distinta, la de los privilegios, la de las prelaciones. Para tener el poder de dirigir la asistencia y con ello crear dependencias – sumisas, débiles, obedientes – que sustenten al mismo poder.

Fueron ejemplos. No se  agotaron aquí las posibilidades sugeridas. A ellas se podrían agregar el manejo de  regulaciones y  exigencias burocráticas, sin  descartar que pueda existir el temor de salir del confort que provee el poder del Estado; y más aún, la aprensión de tener que ir al ruedo privado, autónomo, que exige de otros decoros y del esfuerzo propio.

Lo escrito,  son hechos y son opiniones. Posiblemente en lo que mayormente se acuerde es  que la permanencia en el poder no es saludable a la institucionalidad; que la rotación en los cargos enriquece la función porque cada administrador puede hacer nuevos aportes, tener otras visiones. El cambio revisa, la continuidad – normalmente – crea rutina y fomenta vicios.

Por otra parte se ha de acordar que la política no debe andar por atajos que destruyan la palabra, la credibilidad; para arribar al poder con promesas que luego no se cumplen.

El descrédito dificulta la relación del Estado con la sociedad.

Queda “el deber de la esperanza”, para pensar que los acontecimientos descriptos no se van a repetir y que la ciudadanía memorice y reproche, ahora sí con continuidad, estos deslices inaceptables.

Tal vez esta cita de “obligación” borgeana habilite el camino a la búsqueda de la respuesta ética para no repreguntarse: ¿Qué tendrá el Estado?.

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